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miércoles, 6 de enero de 2016

La historia del cuarto rey mago (Y sus versiones)


… “La fascinante historia de un hombre en la incansable búsqueda del verdadero significado de la vida”.


Era la fecha en que nacería, según las profecías y como ya estaba escrito según la voluntad de Dios, el salvador del mundo; los tres reyes magos se reunirían en un lugar ya acordado para partir al magnífico suceso. Sin embargo un cuarto rey mago llamado Artabán, que no fue ficticio, sino que en realidad existió y que pertenecía a la casta de los magos del Oriente de igual forma que los tres reyes magos conocidos tradicionalmente: Melchor, Gaspar y Baltasar. Artabán era miembro de la casta sacerdotal Zoroastra de los Medos y los Persas; Artabán siendo el más brillante de estos sabios se preparaba pues, para llegar a la reunión de los magos de donde se partiría hacia el lugar del nacimiento del salvador del mundo, rey de los judíos, lugar el cual creían que sería la ciudad de Jerusalén, para lo qué, Artabán vendió todas sus pertenencias y compró tres piedras preciosas, una gema, un rubí y una perla, regalos que presentaría al rey y no había otra cosa que le importara más en la vida.. Para hacer su viaje lo acompañaba su esclavo Orontes y como despedida Algarúz, su padre, le dio la bendición y partió; sin embargo, aquí comienza el azaroso peregrinar  de este cuarto rey mago porque en primer lugar llega tarde a la cita concertada, pero con mucha fe y basado en sus grandes conocimientos de astrología confiaba en alcanzarlos en un lugar no muy lejano y agregarse a ellos, y se puso pues en marcha por el desierto, pero le acontece un primer suceso que lo retrasa aún más, y, se trataba de un hombre que dejado a su suerte se encontraba a punto de morir en la soledad del desierto. Al verlo Artabán no pudo pasar de largo y se quedó a socorrerlo, no pudo desoír los llamados de su corazón, lo cual significaba mayor retraso para alcanzar a sus amigos los demás magos. Una vez que curó al atribulado prosiguió su camino asistido por Orontes su esclavo, más adelante le salió al paso una colonia de indigentes y delincuentes que detuvieron su andar y lo asaltaron arrebatándole las joyas que aun tenía lo, hicieron comparecer ante la lideresa de la gavilla, ella al darse cuenta que él era un mago le rogó que le curase a los leprosos y a los enfermos de que allí se adolecía, él se compadeció y se quedó un día y muchos más para aliviar sus enfermedades, no contento con esto se quedó por años a enseñarlos a vivir con decoro, pues los enseño a cultivar la tierra y a vivir con el sudor de su frente. La esperanza por conocer al salvador ya había muerto  y decidió darle la libertad a su esclavo; Orontes llegó a Jerusalén haciendo uso de su libertad, lo acompañaba el ciego hijo de la lideresa de la colonia, ceguera que Artabán no pudo curar, ese ciego oyó de los milagros de Jesucristo y se fue tras él, la turba lo empujó y lo empujó y lo hicieron llegar hasta a él y se lo presentaron, Jesús se compadeció y le devolvió la vista; Orontes y el ciego regresaron a la colonia a enterar a Artabán de lo sucedido; Artabán por fin dio con Jesús después de 33 años de su nacimiento. Artabán llegó en el tiempo de la pasión, lo buscó en Getsemaní y en el lugar de la última cena y encontró a Pedro y éste se lo negó, la redención se consumó. Artabán enfermo y en su agonía, al tiempo de la resurrección de Jesús se le apareció y él lo reconoció y le dijo: “toda mi vida te he buscado Señor y ahora que te encuentro ya no tengo nada que regalarte”, el señor le contestó: tu ya me has regalado; ¿yo qué te he regalado Señor? –Le preguntó- , “La misericordia que tuviste por mis más insignificantes y más pequeños me lo hiciste a mí”; en ese momento Artabán expiró abrazado en el seno del Señor. Orontes regresó a la colonia de los indigentes a continuar el ejemplo de Artabán.


El zigurat de Borsippa, con sus altos muros y siete pisos, era el punto de encuentro de los cuatro reyes e inicio de la travesía conjunta. Hacia allí acudía Artabán, con un diamante protector de la isla de Méroe, un pedazo de jaspe de Chipre, y un fulgurante rubí de las Sirtes como triple ofrenda al Niño Dios, cuando topó en su camino un viejo moribundo y desahuciado por bandidos: interrumpió el rey su viaje, curó sus heridas y le ofreció el diamante al viejo como capital para proseguir el camino. Llegado a Borsippa, sus compañeros de viaje habían partido.
Continuó en soledad en pos de su destino, pero arribado a Judea, no encontró ni a los Reyes ni al Redentor, sino hordas de soldados de Herodes degollando a recién nacidos: a uno de ellos, que con una mano sostenía a un niño y en la otra blandía afilada espada, ofrece el rubí destinado al Hijo de Dios a cambio de la vida del niño. En esta actitud es sorprendido: es apresado y encerrado bajo llave en el palacio de Jerusalén.
Treinta años duró el cautiverio, y fueron llegando ecos de los prodigios, consejos y promesas de un Mesías que no era sino el Rey de Reyes al que fue a adorar. Con la absolución y errando por las calles de Jerusalén, se anunció la crucifixión de Jesucristo; encamina sus pasos al Gólgota para ofrecer la adoración largamente postergada, cuando repara en un mercado en el que una hija es subastada para liquidar las deudas su padre. Artabán se apiada de ella, compra su libertad con el pedazo de jaspe, la última ofrenda que le quedaba es ofrecida y Jesucristo muere en la Cruz: tiembla la tierra, se abren los sepulcros, los muertos resucitan, se rasga el velo del templo y caen los muros. Una piedra golpea a Artabán y entre la inconsciencia y la ensoñación, se presenta una figura que le dice: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste”. Desorientado y exhausto pregunta: “¿Cuándo hice yo esas cosas?”, y con la misma expiración recibe la respuesta: “Lo que hiciste por tus hermanos, lo hiciste por mí”. Con él se elevó a los mismos cielos que en su juventud le guiaron en pos del Destino finalmente alcanzado.



Cuenta una leyenda rusa que fueron cuatro los Reyes Magos. Luego de haber visto la estrella en el oriente, partieron juntos llevando cada uno sus regalos de oro, incienso y mirra. El cuarto llevaba vino y aceite en gran cantidad, cargado todo en los lomos de sus burritos.
Luego de varios días de camino se internaron en el desierto. Una noche los agarró una tormenta. Todos se bajaron de sus cabalgaduras, y tapándose con sus grandes mantos de colores, trataron de soportar el temporal refugiados detrás de los camellos arrodillados sobre la arena. El cuarto Rey, que no tenía camellos, sino sólo burros buscó amparo junto a la choza de un pastor metiendo sus animalitos en el corral de pirca. Por la mañana aclaró el tiempo y todos se prepararon para recomenzar la marcha. Pero la tormenta había desparramado todas las ovejitas del pobre pastor, junto a cuya choza se había refugiado el cuarto Rey. Y se trataba de un pobre pastor que no tenía ni cabalgadura, ni fuerzas para reunir su majada dispersa.
Nuestro cuarto Rey se encontró frente a un dilema. Si ayudaba al buen hombre a recoger sus ovejas, se retrasaría de la caravana y no podría ya seguir con sus Camaradas. El no conocía el camino, y la estrella no daba tiempo que perder. Pero por otro lado su buen corazón le decía que no podía dejar así a aquel anciano pastor. ¿Con qué cara se presentaría ante el Rey Mesías si no ayudaba a uno de sus hermanos?
Finalmente se decidió por quedarse y gastó casi una semana en volver a reunir todo el rebaño disperso. Cuando finalmente lo logró se dio cuenta de que sus compañeros ya estaban lejos, y que además había tenido que consumir parte de su aceite y de su vino compartiéndolo con el viejo. Pero no se puso triste. Se despidió y poniéndose nuevamente en camino aceleró el tranco de sus burritos para acortar la distancia. Luego de mucho vagar sin rumbo, llegó finalmente a un lugar donde vivía una madre con muchos chicos pequeños y que tenía a su esposo muy enfermo. Era el tiempo de la cosecha. Había que levantar la cebada lo antes posible, porque de lo contrario los pájaros o el viento terminarían por llevarse todos los granos ya bien maduros.
Otra vez se encontró frente a una decisión. Si se quedaba a ayudar a aquellos pobres campesinos, sería tanto el tiempo perdido que ya tenía que hacerse a la idea de no encontrarse más con su caravana. Pero tampoco podía dejar en esa situación a aquella pobre madre con tantos chicos que necesitaba de aquella cosecha para tener pan el resto del año. No tenía corazón para presentarse ante el Rey Mesías si no hacía lo posible por ayudar a sus hermanos. De esta manera se le fueron varias semanas hasta que logró poner todo el grano a salvo. Y otra vez tuvo que abrir sus alforjas para compartir su vino y su aceite.
Mientras tanto la estrella ya se le había perdido. Le quedaba sólo el recuerdo de la dirección, y las huellas medio borrosas de sus compañeros. Siguiéndolas rehizo la marcha, y tuvo que detenerse muchas otras veces para auxiliar a nuevos hermanos necesitados. Así se le fueron casi dos años hasta que finalmente llegó a Belén. Pero el recibimiento que encontró fue muy diferente del que esperaba. Un enorme llanto se elevaba del pueblito. Las madres salían a la calle llorando, con sus pequeños entre los brazos. Acababan de ser asesinados por orden de otro rey. El pobre hombre no entendía nada. Cuando preguntaba por el Rey Mesías, todos lo miraban con angustia y le pedían que se callara. Finalmente alguien le dijo que aquella misma noche lo habían visto huir hacia Egipto.
Quiso emprender inmediatamente su seguimiento, pero no pudo. Aquel pueblito de Belén era una desolación. Había que consolar a todas aquellas madres. Había que enterrar a sus pequeños, curar a sus heridos, vestir a los desnudos. Y se detuvo allí por mucho tiempo gastando su aceite y su vino. Hasta tuvo que regalar alguno de sus burritos, porque la carga ya era mucho menor, y porque aquellas pobres gentes los necesitaban más que él. Cuando finalmente se puso en camino hacia Egipto, había pasado mucho tiempo y había gastado mucho de su tesoro. Pero se dijo que seguramente el Rey Mesías sería comprensivo con él, porque lo había hecho por sus hermanos.
En el camino hacia el país de las pirámides tuvo que detener muchas otras veces su marcha. Siempre se encontraba con un necesitado de su tiempo, de su vino o de su aceite. Había que dar una mano, o socorrer una necesidad. Aunque tenía temor de volver a llegar tarde, no podía con su buen corazón. Se consolaba diciéndose que con seguridad el Rey Mesías sería comprensivo con él, ya que su demora se debía al haberse detenido para auxiliar a sus hermanos.
Cuando llegó a Egipto se encontró nuevamente con que Jesús ya no estaba allí. Había regresado a Nazaret, porque en sueños José había recibido la noticia de que estaba muerto quien buscaba matarlo al Niño. Este nuevo desencuentro le causó mucha pena a nuestro Rey Mago, pero no lo desanimó. Se había puesto en camino para encontrarse con el Mesías, y estaba dispuesto a continuar con su búsqueda a pesar de sus fracasos. Ya le quedaban menos burros, y menos tesoros. Y éstos los fue gastando en el largo camino que tuvo que recorrer, porque siempre las necesidades de los demás lo retenían por largo tiempo en su marcha. Así pasaron otros treinta años, siguiendo siempre las huellas del que nunca había visto pero que le había hecho gastar su vida en buscarlo.
Finalmente se enteró de que había subido a Jerusalén y que allí tendría que morir. Esta vez estaba decidido a encontrarlo fuera como fuese. Por eso, ensilló el último burro que le quedaba, llevándose la última carguita de vino y aceite, con las dos monedas de plata que era cuanto aún tenía de todos sus tesoros iniciales. Partió de Jericó subiendo también él hacia Jerusalén. Para estar seguro del camino, se lo había preguntado a un sacerdote y a un levita que, más rápidos que él, se le adelantaron en su viaje. Se le hizo de noche. Y en medio de la noche, sintió unos quejidos a la vera del camino. Pensó en seguir también él de largo como lo habían hecho los otros dos. Pero su buen corazón no se lo dejó. Detuvo su burro, se bajó y descubrió que se trataba de un hombre herido y golpeado. Sin pensarlo dos veces sacó el último resto de vino para limpiar las heridas. Con el aceite que le quedaba untó las lastimaduras y las vendó con su propia ropa hecha jirones. Lo cargó en su animalito y, desviando su rumbo, lo llevó hasta una posada. Allí gastó la noche en cuidarlo. A la mañana, sacó las dos últimas monedas y se las dio al dueño del albergue diciéndole que pagara los gastos del hombre herido. Allí le dejaba también su burrito por lo que fuera necesario. Lo que se gastara de más él lo pagaría al regresar.
Y siguió a pie, solo, viejo y cansado. Cuando llegó a Jerusalén ya casi no le quedaban más fuerzas. Era el mediodía de un Viernes antes de la Gran Fiesta de Pascua. La gente estaba excitada. Todos hablaban de lo que acababa de suceder. Algunos regresaban del Gólgota y comentaban que allá estaba agonizando colgado de una cruz. Nuestro Rey Mago gastando sus últimas fuerzas se dirigió hacia allá casi arrastrándose, como si el también llevara sobre sus hombros una pesada cruz hecha de años de cansancio y de caminos.
Y llegó. Dirigió su mirada hacia el agonizante, y en tono de súplica le dijo:
– Perdoname. Llegué demasiado tarde.

Pero desde la cruz se escuchó una voz que le decía:
– Hoy estarás conmigo en el paraíso.



 Su historia se encuentra en algunos textos antiguos, Artaban, junto con Melchor, Gaspar y Baltasar, habían hecho planes para reunirse en Borssipa una ciudad antigua de Mesopotamia desde donde iniciarían el viaje para adorar al Mesías.
El cuarto rey llevaba consigo gran cantidad de piedras preciosas para ofrecérselas a Jesús, pero cuando viajaba hacia el punto de reunión, encontró a un anciano enfermo, cansado y sin dinero Artaban se vio envuelto en un dilema ayudar a este hombre o continuar su camino para reunirse con los otros reyes. De quedarse con el anciano, seguro perdería el tiempo y los otros reyes lo abandonarían siguiendo su camino. Obedeciendo a su noble corazón, decidió ayudar a aquel anciano. Decidido a cumplir su misión, emprendió su camino sin descansar hasta belén, pero cuál fue su sorpresa el niño ya había nacido, y sus padres José y María habían huido rumbo a Egipto, escapando de la matanza que había ordenado Herodes.
Artaban emprendió su viaje siguiendo los pasos del nazareno, pero por donde el pasaba, la gente le pedía ayuda y el, atendiendo siempre a su noble corazón, ayudaba sin detenerse a pensar que el cargamento de piedras preciosas que cargaba, poco a poco se reducía sin remedio en su andar, Artaban se preguntaba: ¿qué podía hacer si la gente le pedía ayuda? ¿Cómo podría ayudar a quien lo necesitaba?.

Así pasaron los años y en su larga tarea por encontrar a Jesús ayudaba a toda la gente que se lo pedía, treinta y tres años después el viejo y cansado Artaban llego al monte Gólgota para ver la crucifixión de un hombre que decían era el Mesías enviado por Dios para salvar al mundo.
Con un rubí en su bolsa y dispuesto a entregar la joya pese a cualquier cosa, justo en el momento frente a él se apareció una mujer que era llevada a la plaza para venderla como esclava y pagar la deuda de su padre, Artaban entrego la piedra preciosa a cambio de su libertad.
Triste y desconsolado se sentó junto al pórtico de una vieja casa y en ese momento la tierra tembló y una piedra golpeo su cabeza, moribundo y con sus últimas fuerzas, el cuarto rey imploro perdón por no haber cumplido su misión de adorar al Mesías. En ese momento, la voz de Jesús se escucho con fuerza: tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste, Artaban, agotado preguntó ¿Cuándo hice yo esas cosas? Y justo en el momento en que moría, la voz de Jesús le dijo: todo lo que hiciste por los demás lo has hecho por mí, pero hoy estarás conmigo en el reino de los cielos.
 
En el mes de enero, todos los pequeños del mundo esperan con ansiedad la llegada de los reyes magos. Melchor, Gaspar, y Baltasar con su cargamento de ilusiones y juguetes.
En las sagradas escrituras, nos mencionan que estos reyes llegaron cargados con oro, incienso y mirra, para el niño que había nacido, el niño Jesús.
Pero pocos saben la verdadera historia, que en realidad eran cuatro los reyes magos que debían llegar a belén pero, ¿Pero qué paso con el cuarto rey mago?
 No sabemos a ciencia cierta, si esto pudo ser cierto o no, pero lo que si que sabemos, es que todas estas historias y versiones de la idea de la existencia de un cuarto rey mago son muy agradables y bonitas, cargadas de buena fe y amor al prójimo, quizás esta historia no sólo sea una historia.

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